lunes, 16 de junio de 2014

La metralla de los días.

El tedio, el veneno más poderoso al que el ser humano es adicto a inyectarse. De todas las dolencias, es el mal más inmune a nuestros desesperados intentos de erradicarlos y el más longevo.

El tedio se alimenta de nuestros propios fracasos en nuestra contienda por erradicarlo y a menudo, anclado en aquellos mal sanos hábitos que hemos tomado y mediante los cuales no somos honestos con nosotros mismos, durante años nos susurra palabras desalentadoras, nos empuja al precipicio del hastío y nos encierra en sus bastas e infinitas llanuras. Nos encarcela en un reloj de arena que nos ahoga.

El tedio es el hijo del desengaño y de las cicatrices, y
estos a su vez son hijos de la experiencia. ¿Cuántas veces nos habremos preguntado <<Qué estoy haciendo con mi vida>> Sin hallar respuesta? ¿Cuántas son las preguntas que parecen haber nacido sin una respuesta clara y concreta? ¿Seremos nosotros una de esas preguntas?

¿Cuántas concesiones hacemos en nuestra vida, solo por sobrevivir, olvidando nuestra causa? ¿Cuántos sueños deben hacer de pago al pasar por la aduana de crecer? ¡Cuándo cojones lograremos convencernos de actuar cuando nos decimos: es el momento!

Son tantas las causas... innumerables, agridulces, horrorosas, cruelmente bellas y espinadas y todo eso, nos acaba convirtiendo en monstruos sin rostro. Agresivos pero atados a miles de cadenas impuestas pero a las que nosotros le hemos puesto el candado. Somos nuestros propios verdugos.

Lo descubrimos en cada gesto que echamos en falta o no tenemos con alguien. En cada experiencia que olvidamos. En cada te quiero que no decimos. En cada filtro infame al que nos precipitamos. En cada decepción reflejada en la mirada de nuestra madre, nuestro padre, nuestros amigos... esos que nos fueron olvidando poco a poco mientras nosotros poco a poco los olvidábamos. Y somos perros a los que les aprieta el collar, pero ya no tiramos de la correa porque estamos cansados de hacerlo.

Todo eso, a todos nos estalla en algún momento, al prender la mecha en nuestra mano y frente a nuestra cara. Todas esas explosiones borran nuestro rostro. ¿Seres humanos evolucionados mental y emocionalmente? Solo  somos animales que giramos en torno a hábitos. No hay ningún aspecto de nuestra vida que diga lo contrario. Estamos estancados y no avanzamos. Destinados a no encontrar destino.

Y aunque logremos escondernos de la explosión, siempre nos alcanzan esos trozos de metralla que se clavan en nuestras cicatrices. Esas heridas nunca se cierran y desangramos en nuestra esperanza mientras el tiempo nos acorrala en su espiral matemática pero sin sentido. Así, vamos sobreviviendo a “la metralla de los días”.


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