El tedio, el
veneno más poderoso al que el ser humano es adicto a inyectarse. De todas las
dolencias, es el mal más inmune a nuestros desesperados intentos de
erradicarlos y el más longevo.
El tedio se
alimenta de nuestros propios fracasos en nuestra contienda por erradicarlo y a
menudo, anclado en aquellos mal sanos hábitos que hemos tomado y mediante los
cuales no somos honestos con nosotros mismos, durante años nos susurra palabras
desalentadoras, nos empuja al precipicio del hastío y nos encierra en sus
bastas e infinitas llanuras. Nos encarcela en un reloj de arena que nos ahoga.
El tedio es el hijo del desengaño y
de las cicatrices, y
estos a su vez son hijos de la experiencia. ¿Cuántas veces nos habremos preguntado <<Qué estoy haciendo con mi vida>> Sin hallar respuesta? ¿Cuántas son las preguntas que parecen haber nacido sin una respuesta clara y concreta? ¿Seremos nosotros una de esas preguntas?
estos a su vez son hijos de la experiencia. ¿Cuántas veces nos habremos preguntado <<Qué estoy haciendo con mi vida>> Sin hallar respuesta? ¿Cuántas son las preguntas que parecen haber nacido sin una respuesta clara y concreta? ¿Seremos nosotros una de esas preguntas?
¿Cuántas concesiones hacemos en
nuestra vida, solo por sobrevivir, olvidando nuestra causa? ¿Cuántos sueños
deben hacer de pago al pasar por la aduana de crecer? ¡Cuándo cojones
lograremos convencernos de actuar cuando nos decimos: es el momento!
Son tantas las causas...
innumerables, agridulces, horrorosas, cruelmente bellas y espinadas y todo eso,
nos acaba convirtiendo en monstruos sin rostro. Agresivos pero atados a miles
de cadenas impuestas pero a las que nosotros le hemos puesto el candado. Somos
nuestros propios verdugos.
Lo descubrimos en cada gesto que
echamos en falta o no tenemos con alguien. En cada experiencia que olvidamos.
En cada te quiero que no decimos. En cada filtro infame al que nos
precipitamos. En cada decepción reflejada en la mirada de nuestra madre,
nuestro padre, nuestros amigos... esos que nos fueron olvidando poco a poco
mientras nosotros poco a poco los olvidábamos. Y somos perros a los que les
aprieta el collar, pero ya no tiramos de la correa porque estamos cansados de
hacerlo.
Todo eso, a todos nos estalla en algún
momento, al prender la mecha en nuestra mano y frente a nuestra cara. Todas
esas explosiones borran nuestro rostro. ¿Seres humanos evolucionados mental y
emocionalmente? Solo somos animales que
giramos en torno a hábitos. No hay ningún aspecto de nuestra vida que diga lo
contrario. Estamos estancados y no avanzamos. Destinados a no encontrar
destino.
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