En el ultimo instante, apoyó la cabeza
en la puerta de la calle y se paró a reflexionar. La mochila en la
espalda le pesaba bastante, pero más le pesaban los pies ante la
ruta que estaba a punto de tomar.
Empezó a hacerse las mismas preguntas
de siempre. Esas preguntas que buscaban la razón de que se hubiese
alejado tanto de ella. De por qué no le decía un esporádico y
afable “te quiero” cuando es lo que más deseaba a veces.
De por qué ya ni la abrazaba ni la besaba a penas. De por qué no se
acurrucaba con ella en la cama o no compartían más ratos juntos. De
por qué
se lo guardaba todo para sí, distanciándose, generando la
desconfianza. Y pasó a preguntarse en que momento empezaron a
hablar idiomas distintos.
Le golpearon en seco todos los
recuerdos dulces que compartía con ella, como un puñetazo en la
boca del estómago, dejándolo sin respiración. El blanco, el negro.
Esa horrenda mochila que a él tanto le gustaba solo porque ella se la
había regalado. Las paredes amarillas de su cuarto. Los coches
acelerando por su piel, para darle masajes cuando ella estaba
enferma. El cine con ella. Los reyes, los abrazos y los mimos. ¿Por
qué habían renunciado a todo eso? ¿Por crecer? ¿Por hacerse mayor?
De repente se separó de la puerta y
atravesó con su mirada hasta llegar al cuadro que había sobre la
chimenea, al otro lado del salón. Ese cuadro en el que una mujer,
guapísima, de pelo rizado azabache y ojos azul blues, sostenía en
sus brazos a un pequeñajo que no llegaba ni a la cuarentena. Ella
seguía siendo ella y él seguía siendo ese pequeñajo, solo que
hacía mucho que no se reconocían. Como la noche anterior, cuando habían
discutido, como acostumbraban desde hacía un tiempo.
En ese instante soltó la mochila en el
suelo, giró sobre sí y fue hacia la cocina. Empezó a preparar el
desayuno y cuando lo estaba terminando, ella apareció por la puerta.
Ahora, no conservaba su melena azabache ondulada, si no un pelado
corto y teñido. Pero su mirada seguía siendo la misma. El sonrió
al verla.
¿Y esta mochila? ¿Vas a alguna parte?
- preguntó ella con el ceño fruncido.
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